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lunes, 13 de junio de 2011

[Parque Indoamericano] Entrevista de Diego Rojas a Elizabeth Ovidio, viuda de Emilio Canaviri Álvarez y militante de la TPR y de la AVP: “Mi marido era un valiente, murió por un terreno” (Tomado de www.plazademayo.com)


www.plazademayo.com/2011/06/mi-marido-era-un-valiente-murio-por-un-terreno/

Reproducimos a continuación la siguiente nota de Diego Rojas ("Mi marido era un valiente, murió por un terreno" - 10/06), autor del libro "¿Quién mató a Mariano Ferreyra?" y Redactor Jefe de la revista Veintitrés. En la misma, entrevista a Elizabeth Ovidio, viuda de Emilio Canaviri Álvarez, militante de la Tendencia Piquetera Revolucionaria (TPR) y de la Agrupación Villera Piquetera (AVP), y a Juan Marino, dirigente de nuestra organización, con motivo del aniversario de los 6 meses de la ocupación del Parque Indoamericano, para www.plazademayo.com

“Mi marido era un valiente, murió por un terreno”

A seis meses del desalojo del Parque Indoamericano. Un recorrido por el lugar con sus protagonistas.


I
Seis meses pasaron ya desde aquella noche tremenda. La noche, recuerden, de la violencia sin fin. Fue el 9 de diciembre de 2010. Tres días atrás, el parque Indoamericano había sido desocupado -centenares de familias que habían instalado carpas precarias reclamando una solución a la vivienda habían sido expulsadas- a través de un operativo represivo conjunto de la Policía Federal, dirigida por el gobierno nacional, y la Policía Metropolitana, fundada por el intendente Mauricio Macri. Sergio Shocklender -el mismo director de la fundación Sueños Compartidos de Madres de Plaza de Mayo, ese Sergio Shocklender de la Ferrari, el crucero, los aviones, el robo a cuatro manos de los fondos destinados a la construcción de viviendas populares- había radicado una denuncia contra los ocupantes y reclamado el desalojo policial. “Son los troscos”, había dicho. Las balas policiales costaron dos nuevas muertes.
La conmoción había ganado nuevamente a la sociedad. La protesta cívica ante esas dos nuevas muertes (luego de la muerte de Mariano Ferreyra, luego de la muerte de los manifestantes qom) desarmó el plan represivo y los ocupantes regresaron al Indoamericano. Seguían exigiendo lo simple, lo básico: un cuartito para vivir, unas paredes donde edificar un hogar.
Un cálculo mezquino, electoral, ministerial había determinado que el gobierno nacional retirara a la Federal del ámbito del parque. “Que se arregle Mauricio”, debió haber sido el razonamiento, luego de haber matado en sociedad a dos víctimas. “Que se hunda”. La inoperancia del jefe de gobierno porteño es evidente. Esa era una prueba de fuego. En lugar de organizar un operativo de prevención, no armado, que contuviera a las familias hasta otorgarles una solución habitacional, el gobierno nacional apuntó al desgaste de la administración Macri.
Macri señaló la responsabilidad del gobierno nacional y se lavó las manos.
Nadie hacía nada.
Mientras tanto, más de trece mil personas edificaban sus ranchitos y carpas en el ámbito verde del lugar.
Algunos grupos de vecinos de Soldati protestaban.
La xenofobia se incrustaba en el imaginario que rodeaba el Indoamericano –cuyos ocupantes eran, en su mayoría, bolivianos, aunque también había argentinos, peruanos, paraguayos-.
Grupos de barrabravas comenzaron a rodear el lugar. Hace seis meses.
Esa noche, ese viernes, las bandas fascistas ingresaron a desalojar a sangre y fuego el Indoamericano. Hubo decenas de heridos. Y otro muerto más.
Los nombres de los muertos son Emilio Canaviri Álvarez, Bernardo Salgueiro y Rosemary Churapuña.


II
Pasaron seis meses desde aquella noche que, como para gran parte de la sociedad, para este cronista marcó un estado de conmoción, de incertidumbre.
-Encontrémonos en la puerta del Jumbo –indican Elizabeth Ovidio, viuda de Emilio Canaviri y militante de la Tendencia Piquetera Revolucionaria, y Juan Marino, dirigente de la organización.
El parque Indoamericano es una gran planicie que se extiende y extiende hasta encontrar sus límites en los monoblocks de Soldati, la villa del otro costado, el shopping un poco más allá. Un shopping como todos los otros, un espacio que desmiente que un poco más allá, unos metros más allá, esté la planicie que se extiende, los monoblocks y la villa.
Elizabeth Ovidio es bajita y habla sin pausa. Interviene todo el tiempo, da su opinión, cuenta los hechos. Habla como esas personas que saben que tienen mucho para decir y creen que nadie las oirá. Y que por eso hablan: por si acaso las palabras llegaran alguna vez a un oído dispuesto a comprender.
En el auto ingresamos al predio del parque, que permanece deshabitado por completo. Enrejado, eso sí. Y vigilado por policías metropolitanos. Pero sin un alma transitándolo. Aunque un caballo paste y, a lo lejos, un camión traslade escombros para una obra que, dicen, se construye allí.
Elizabeth viste un saquito de hilo negro. Nada parece poder detener su decisión de hablar.
¿Cómo era su vida antes de los acontecimientos del parque Indoamericano?
–Vivíamos en una pieza con mi marido y mis dos hijas, una de cuatro y otra de dos. Un cuarto de dos por tres. Emilio trabajaba en costura, tenía 42 años. Yo también he trabajado en costura y también limpiando casas. En 2003 hemos llegado a la Argentina desde Bolivia.
¿Cómo decidieron ocupar el parque?
–Llegué a la ocupación mediante mi marido. “Vamos, que están agarrando terrenos para vivir”, me dijo. Llegamos e hicimos una carpa para dormir –dice Ovidio señalando un lugar contra las rejas–. En ese lugar armamos la carpa. Tenía una alfombra para echarnos.
¿Sus vecinos también eran bolivianos?
–Sí, acá eran bolivianos, al lado peruanos y más allá eran paraguayos
¿Cómo reaccionaban los vecinos de los monoblocks?
–Estaban enojados. Decían que la gente de allá de los monoblocs estaban enojados y que iban a venir para hacer quilombo. Antes, el martes, la policía nos desalojó.
–¿Fue con violencia?
–En esta zona la policía no desalojó con violencia. Vino y dijo: “vayansé, vayansé”. A mí me trataron bien. Era la federal. Afuera, fue la Metropolitana la que inició todo el quilombo. Cuando salimos no dijeron: “vayansé, extranjeros de mierda, bolivianos”. Apenas cruzamos la calle ya nos empezaron a golpear. Era la Metropolitana. Nos dijeron: “Vayansé, bolivianos de mierda, extranjeros… Vienen a ocupar el terreno de Argentina, que les dan la mano y todo quieren, hasta el codo… Vienen a tener hijos para reclamar algún derecho”. Yo me di la vuelta y me pelee con esa mujer de la Metropolitana. Me agarró de los pelos y ahí unos compañeros me defendieron: “No te pelees”. Ahí vino mi marido y me dijo: “Vámonos”. Nos llevó hasta la otra cuadra.
Esto pasó el martes, ese día había habido represión y dos muertos.
Juan Martino interviene: “Del otro lado del parque empezó una represión violenta que costó esas vidas. Fue un operativo conjunto de la Federal y la Metropolitana”.
–Ese día hubo tiroteos y vino una camioneta con mangueras de agua –retoma Ovidio su relato–. La Metropolitana nos trató mal. A nosotros nos quisieron pegar del otro lado. “No seas abusivo, ¿por qué tienes que pegar, si nos estamos yendo pacificamente?”, les gritamos. “Entonces levantá tus cosas y andate”, decían.
¿Cómo se organizaban los ocupantes?
–En el parque los eligieron. El lunes el delegado dijo que la Presidenta dio la orden de que nos quedemos. Dijo: “Este lugar nos lo ha asignado la Presidenta” y nos mostró un papel. Yo no lo leí, pero mi esposo lo estaba leyendo y dijo que sí, que en ese lugar nos íbamos a quedar. El día que nos desalojaron, el delegado dijo que la Presidenta se enojó porque se metieron al Parque, y el parque no lo habían cedido. Nos dijo que nos vayamos, que íbamos a volver a entrar. Entonces nosotros nos fuimos pacíficamente, porque el delegado eso fue lo que dijo: “No hagamos quilombo, porque allá ya hubo problema”
¿Cómo reaccionó cuando se enteró de esas dos primeras muertes?
–Y no… (Ovidio hace un largo silencio). Había quilombo: una mujer y un pibe murieron. Mi esposo se puso ebrio esa noche. A la mañana quería volver, así, ebrio. “¿A qué vas a ir, a quién vas a defender?”, yo le decía. “Yo voy a ir, aunque para vivir o morir, yo tengo que ir”, me respondió. Discutimos, nos pelamos. Lo hice dormir. A la tarde volvimos a ingresar al parque.
Marino recuerda que luego de los asesinatos, la Federal se había retirado y que los ocupantes regresaron y muchos otros más, hasta alcanzar la cifra de 13 mil habitantes, tomaron todas las parcelas del parque.
Ustedes regresaron.
–Sí.
¿Cómo operaban los barrabravas?
–Desde el día del desalojo ya estaban. Entonces, cuando regresamos a la nochecita, salimos y mi esposo me dijo: “Vamos a traer las ropas de nuevo, las cosas de nuevo, creo que nos vamos a quedar estar vez definitivo”. Fuimos a la casa. Trajimos leña y todo y nos hemos quedado. El día jueves, mi esposo se quedó dormido porque toda la noche había estado despierto y yo estaba despierta. No pasaba nada, pero desde las dos de la tarde empezamos a tener el mal presentimiento. Decían que estaba viniendo la caballería ahí para reprimir, que el lugar estaba rodeando a todos para sacarnos, para que haya una masacre. Mi esposo me dijo a las tres de la tarde: “Negra, acomodate todo y lo vamos a ir a guardar al auto y en el auto quedate paradita con tus dos nenas y si nos tenemos que quedar, nos quedamos y si nos tenemos que ir, nos vamos”. Cuando estaba oscureciendo, venía la gente asustada por los barrabravas y a partir de las seis de la tarde mi esposo me dijo: “Vamos, salgamos que va a haber una represión tremenda acá, mejor que ustedes se vayan al auto y me esperen ahí”. El se fue a buscar el auto y se tardo. Me metí al auto y ahí mi esposo me dijo: “Vámonos, los barrabravas van a venir de allá que están empezando a tirotear”. Me dejó en la otra esquina. Mi marido me dijo que venía el delegado y que se iba a tener que quedar, pero que a mi me dejaba en la casa. “Estoy detrás de tres personas, voy para allá y ahorita nos vamos a ir”, me dijo. Volvió, me dijo que iba a venir y me dejó las llaves del auto y nunca más volvió.
¿Qué pasó entonces?
–Escuché el tiroteo. Estaba la Metropolitana. Me empecé a preocupar. Pregunté a la gente que estaba viniendo: “¿Qué pasó ahí, hay quilombo?”. Me respondieron: “A un paisano lo mataron, a uno de gorrita amarilla. ¿No será tu marido?”. “No, no, no creo”. “¿Era el de gorrita amarilla?”. “Sí.” “Se lo llevaron, murió en la puerta del hospital”. No podía creer. Me dije: “Esta mujer está mintiendo”. De ahí una señora que estaba mal del pie, me dijo: “Preguntales a los de la Metropolitana que ellos tienen más información que nosotros”. Me bajé del auto, me acerqué y le pregunté: “Parece que ha muerto alguien, parece que es mi esposo”. Pregunté todos los datos y me dijeron que sí, que habían matado a un hombre de gorra amarilla, de campera gris, pantalón azul y zapatillas Puma. Me quería morir. ¡Todavía no creía! “¿Sabés de qué color es el celular?”. “Nokia con la tapita roja”, les dije. Y me dijeron que era él. Entonces vino la señora, vino Nati, mi compañera de la Tendencia Piquetera Revolucionaria (TPR) y me dijeron que vaya a reconocer el cadáver que estaba en la morgue.
¿Cómo reaccionó?
–Me quería morir. Yo debía morir, no él porque él tenía más cosas para vivir que yo: yo no podía trabajar con mis dos nenas. Me metí a la morgue y me desmayé. Nati me dijo que por mis hijas tuviera voluntad, que mi marido era un luchador y murió por luchar por una vivienda. Me dió fuerzas la compañera, porque yo quería morirme.Amanecimos juntas y morimos de hambre, de frío, hicimos la carpa para hacer el velatorio de mi marido. No nos dejaron ni meter flores, ni nada. A los familiares que había invitado no los dejaron entrar.
¿Lo velaron acá?
–Sí, porque quería tener un buen recuerdo de él, como dijo Natalia. fue un valiente para morir, dio la vida por un terreno. Y el día que lo trajeron de la morgue vino una asistente social de Derechos Humanos de la Ciudad que me dijo que no podía meter a mi marido en el Indoamericano porque no se lo podía meter de nuevo, que me lo iban a impedir. Yo les dije: “No importa, matenmé a mi, pero mi marido tiene que entrar ahí y tiene que velarse ahí adentro, como tiene que ser”. Entonces el capricho me valió. Natalia me dijo: “Por tus hijas no te vuelvas a desmayar. Si te morís vos dónde van a quedar tus hijas”. La gente del gobierno de Macri dijo: “Te vamos a mandar especialmente para vos toda la comida que tu quieras” Sin embargo, nada me trajeron.
¿Cómo murió su marido?
–Cuando estaba arreglando la bandera, se dio vuelta y ahí le dieron el disparo. Eso es la policía, porque un barrabrava no puede ir y apuntar directamente al corazón… A quemarropa le dieron, ni siquiera desparramó la sangre, solo habían gotitas de sangre en la campera y ni siquiera podía arrastrarse porque el muchacho que lo llevó al Piñeyro dijo que ya no tenía ni respiración. Aquí nadie tenía ni armas, ni un palo para levantar. Allá la gente se enfrentaron, la gente de ahí tenían palos y todo, nosotros no teníamos nada aquí para defendernos. Mayoría mujeres en este lugar había, realmente los que necesitamos la vivienda estuvimos aquí. Aquí no hubo quilombo, desde el primer día porque el delegado nos dijo que nos retiremos pacíficamente. Me dieron un papel de un censo que me iban a arreglar y me iban a dar una vivienda, nunca vinieron a visitarme. Ningún gobierno vino a donde yo vivo hasta el momento. Vino Luciana, del gobierno de la Ciudad a traerme alimentos a mi casa porque ella me lo había prometido y me cumplió. Pero esa chica, Araceli del gobierno de la Ciudad, ¿sabés qué me dio? Es una alucinación, toda la vida me voy a acordar de lo que me hizo: me llamó para darme tres paquetitos de pañal y de lo que comieron ellos, recolectaron y me dieron sus migas de las galletas que ellos comieron. Eso era lo único que me iban a dar, no me dieron nada más. Que yo tenía que arreglármelas después de la muerte de mi marido, que tenía que empezar a trabajar y reconstruir mi vida trabajando para sacar adelante a mis hijos, eso me dijeron. Yo lloré y le dije que eso no se podía pasar así. Fui llorando tres o cuatro veces pidiendo ayuda, pero ellos no me ayudaron. Perdí el tiempo, podría haber estado con mis hijas.
Elizabeth Ovidio hace silencio unos momentos, conmocionada. Sin embargo, sabe que no dejará de hablar.


III


Pitu Salvatierra fue la cara visible del reclamo, enfundado en su gorra y portando siempre un megáfono. Militante kirchnerista, participó junto a otros delegados y representantes de las agrupaciones sociales y políticas que tienen incidencia en el lugar de la reunión que acordaron, luego de las tres muertes y aquella noche terrible, el gobierno nacional y el de la ciudad de Buenos Aires. Fue una larga deliberación que concluyó con un ofrecimiento a los ocupantes: el gobierno de Cristina Fernández pondría un peso por cada peso que pusiera el gobierno de Mauricio Macri. Aníbal Fernández y Horacio Rodríguez Larreta anunciaron el plan de viviendas conjunto. Salvatierra instó a los ocupantes a aceptar la propuesta. Luego de un censo que dio por resultado que en el Indoamericano había más de trece mil personas, comenzó el éxodo del parque. Había finalizado la ocupación. Seis meses después, plazademayo.com habló con Salvatierra.
–La verdad es que no avanzaron con la solución de fondo –explica–. El acuerdo era que el gobierno nacional y el de la ciudad se comprometían a financiar en partes iguales un plan de viviendas. La formulación del plan quedaba bajo responsabilidad del gobierno de Macri. El jefe de Gobierno hizo a las pocas semanas el anuncio de que habían hecho un plan de viviendas. Cuando fuimos a preguntar, nos encontramos con que el plan no tenia fecha de incio, ni lugar de construcción, ni criterio de adjudicación. Le pedían 800 millones de pesos al gobierno nacional. Entonces le dijeron que pusiera especificaciones. Hasta el día de hoy no hubo una respuesta para mejorar ese plan.
¿Qué hace el gobierno nacional?
–Hubo un un compromiso de Desrrollo Social de hacer un relevamiento exhaustivo que todavía están haciendo. Se clasifica a la gente según el lugar donde viven, si están en condiciones infrahumanas, si no tienen casa, si tienen una precaria o no. Estamos esperando que se termine el relevamiento total.
Suena a que los dos gobiernos se lavan las manos, ninguno hace nada y la gente sigue sin vivienda.
–Yo sigo esperanzado en que en algún momento la clase política haga el plan de viviendas. Del gobierno de la ciudad no espero nada. Quiero confiar y seguir creyendo en que se a avanzar en la solución a través del gobierno nacional. Si no deberíamos ir a un conflicto al que no queremos ir. Pero la realidad es que no ha habido de ninguna de las partes un paso concreto. Pero tengo la voluntad de creer, la voluntad de seguir creyendo.

IV


La vivienda sigue siendo un problema central de los sectores populares de la nación, mientras el auge del negocio inmobiliario sigue creciendo al paso del crecimiento de la soja.
No parece haber soluciones cercanas para quienes ocuparon hace seis meses el parque Indoamericano.
Mientras tanto, Pitu Salvatierra sigue confiando.
Mientras tanto, Elizabeth Ovidio homenajea a su marido asesinado luchando por que se castigue a los culpables. Y por lograr que se cumpla el sueño por el que murió: un hogar para criar a sus dos hijas. Aunque esa familia siempre estará incompleta.



Producción: Celeste Nicpon
Imágenes y vídeos: Tendencia Piquetera Revolucionaria y Celeste Nicpon

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